jueves, 13 de julio de 2017

El bueno, el feo y el malo (1966)




“¿Sabes que tu cara se parece a la de uno que vale 2.000 dólares?
- Sí, pero tú no te pareces al que los va a cobrar.”

Y cerramos esa trilogía que inspiró con poca sutileza la creación del protagonista de La torre oscura de Stephen King con la que es considerada por muchos la mejor película de la saga, el mayor exponente del spaghetti western y, según Tarantino, el gran logro de la historia del cine: El bueno, el feo y el malo.

Digo que es así considerada por muchos (es la mejor valorada por el público en Rotten Tomatoes, y la crítica solo tiene 1 punto por encima la primera entrega), pero no por mí; es más, para mí es, sin muchas dudas, la más floja de las tres.

Si habéis empezado a leer este párrafo en lugar de dispararme a bocajarro bajo el Sol de mediodía asumo que os puede la curiosidad por saber a qué se debe mi opinión. Vaya por delante una cosa: me parece una gran película. Cuando digo que es la más floja de las tres lo único que estoy diciendo es que creo que está sobrevalorada en comparación con sus predecesoras, lo que no cambia que sea un western fantástico y un magnífico exponente del género. Sobre eso que no queden dudas.

La cuestión es que, como apuntaba en la reseña anterior, vuelven aquí Clint Eastwood (como el Hombre sin Nombre, aquí apodado “Rubio” o “El Bueno”) y Lee Van Cleef (aquí Sentencia, “el Malo), a los que se une Eli Wallach (Tuco, “el Feo”): los tres son pistoleros abocados a la búsqueda de un botín de oro escondido que chocan entre sí mientras la Guerra Civil estadounidense tiene lugar a su alrededor.



Es esta ambientación la que crea una de las señas características de la película, que la diferencia mucho de sus predecesoras: Por un puñado de dólares y La muerte tenía un precio eran películas simples, comedidas, con una historia sencilla, y bastante sobrias, en general, en sus formas. El bueno, el feo y el malo, sin embargo, se vierte en la épica, sacrificando la sobriedad en favor de una gran complejidad, bastantes giros en la narrativa y un festival de subtramas que tocan a los personajes.

Eso, necesariamente, no es algo malo, pero considero que la cinta no termina de llevarlo del todo bien. La historia que vertebra el guión es, a la postre, más simple que el mecanismo de un botijo: tres pistoleros van en busca de un mismo botín, y se verán obligados a colaborar mientras los tres buscan sobrevivir y evitar la traición de los otros. Solo con esa narrativa, creo yo, se puede jugar lo bastante ya como para crear una cinta magnífica, cosa que hacían las demás de la trilogía.


Sin embargo, aquí Leone no solo da mucho más trasfondo a sus personajes (aceptable en casos como la presentación de Sentencia; muy superfluo en otros, como la inesperada y breve subtrama de Tuco con su hermano… que es, de hecho, bastante emotiva y está genialmente hecha, pero que no aporta nada), sino que añade constantes elementos a la historia que la recargan de manera casi absurda: los tira y afloja vengativos de Tuco y Rubio, Rubio y Tuco; las traiciones entre los tres; los fingimientos de ser soldados en uno u otro bando de la Guerra Civil; los horrores de esta guerra, todo el trasfondo del soldado que escondió el oro en su momento…

Estirar tanto la historia hace que se estire en consecuencia la película, que supera las dos horas y media de duración, sin contar con escenas eliminadas (alguna bastante épica, por cierto). Y, personalmente, creo que es excesivo. Muy excesivo. Si ya me parecía que a La muerte tenía un precio le sobraba metraje, pienso de igual manera, pero mucho más convencido, con esta cinta; de hecho, es la única de la trilogía que no he sido capaz de ver del tirón, sino que me la he puesto en dos trozos.


Ese es un problema que le veo, siendo el otro los personajes. Sentencia es muchísimo menos carismático e interesante que el Coronel (o que El Indio, por comparar entre villanos), y de hecho, Van Cleef juega un papel mucho menor en esta cinta, que gira casi por completo en torno a Rubio y Tuco; y si bien la relación de ambos engancha al espectador, también se termina por hacer repetitiva hasta cierto punto. El mayor problema es, sin embargo, Rubio, que no solo carece aquí de su emblemático poncho (hasta los últimos minutos de película no lo llevará, una pista de que estamos ante una precuela), sino también de buena parte de la actitud adusta y misteriosa que le caracterizaba; sí, es algo justificable teniendo en cuenta que la continuidad del personaje no es formal, pero menos aceptable me parece que se pierda también muchísimo de la destreza e ingenio que tenía en otras entregas (en tres ocasiones salva el pellejo, ante una muerte segura, por casualidades absolutamente improbables y que escapan a su control).

Lanzados esos problemas, a la cinta se le deben reconocer también aspectos en que destaca sobre las anteriores. La epicidad deja escenas absolutamente impresionantes, tanto a nivel de fenomenales diálogos (aunque quizás menos que en las anteriores), como de la escena más reconocible de la serie, y del probablemente más tenso duelo que haya visto en la historia del cine. La fotografía, que ya venía siendo fantástica, está aquí llevada a su máxima expresión, y lo mismo podemos decir de la reconocible banda sonora de Morricone.


Por otra parte, y si bien ya digo que me sobran algunos de esos elementos, trabaja muy bien la cinta un apartado más dramático, como ya lo hacía el final de La muerte tenía un precio. Hay una cierta reflexión sobre la vacuidad de la guerra, en boca del propio Rubio, y un buen reflejo de lo que supone la soledad del pistolero dedicado a la mala vida, que conectan bastante con el espectador; como entretenimiento quizás me parezca inferior, pero en esos aspectos, considero que supera, y con creces, a sus predecesoras.

En general, puedo llegar a entender que se la vea como la mejor de la trilogía, aunque no lo comparta en absoluto. Es una buena cinta, tremendamente ambiciosa, a la que sus intenciones pasan cierta factura, logrando un trabajo mucho menos pulido e inmaculado que las otras dos cintas de la saga, pero también con más elementos que ofrecer. No, no es mi favorita, pero sin duda Leone, Eastwood, Morricone y compañía cerraron su sociedad con un acuerdo más que ventajoso para todas las partes.

Ventajoso e icónico a más no poder, dicho sea.
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¿Tengo que ver esto?: Si te han gustado las dos anteriores, o solo una de ellas, sí. Si no, creo que te la puedes ahorrar. Si no has visto ninguna, pues está en muchos Top 100 de cine, así que imagino que sí.

¿Cuál es el mejor momento?: El duelo final. No hay la menor duda al respecto.

¿Dónde debería ver esto?: En una tumba que tú mismo cavas, si no tienes rifle.

Me ha gustado, ¿dónde hay más?: Las dos anteriores: Por un puñado de dólares y La muerte tenía un precio. El Django de Corbucci y Los siete magníficos (la de 1960 de John Sturges). Me dicen por pinganillo que Hasta que llegó su hora (Once upon a time in the west) de Sergio Leone es el otro gran spaghetti western épico del director, y que Solo ante el peligro de Fred Zinnemann  también está bien. Y Centauros del desierto, y El hombre que mató a Liberty Valance, ambas de John Ford, por qué no.

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