“– ¡Tenemos que
defendernos! ¡Y devolver ojo por ojo y diente por diente!
– Muy bien... Es
una bonita manera de quedarnos todos ciegos y desdentados.”
Últimamente
versan varias de mis críticas sobre cine relativamente “clásico”, en el que he
abierto el debate, o lo he intentado, sobre la diferente manera que tiene cada
película de envejecer. Hay cintas que, por el género a que pertenecen o la
forma en que están realizadas, quedan superadas a pesar de su calidad; otras,
por el contrario, parecen completamente atemporales.
El violinista en el
tejado es,
además de toda una leyenda del cine, un buen ejemplo de ese tipo de cintas.
Rodada en el año 71 vio ese mismo año coincidir en los Óscar, con las 8
nominaciones que llevaba (de las que obtuvo tres) a grandes cintas como The French Connection (la gran favorita,
que le quitó premios como el de película o actor principal), La amenaza de Andrómeda (ejemplo de buena
película que no ha envejecido demasiado bien) o La naranja mecánica (Kubrick siempre envejece bien).
Tal
vez la atemporalidad de esta epopeya de corte histórico se deba a su condición
de musical, que por momentos recuerda a la candidez de Sonrisas y lágrimas o de El
mago de oz, pero superando a ambas en madurez y buen hacer. La historia,
per se, ya es mucho más adulta, pretendiendo ser un reflejo fiel de la
comunidad judía en la Rusia zarista de principios del siglo XX (y más, si cabe,
al estar basada en relatos rusos de Sholem Aleijem de la época que se narra en
la cinta).
El
foco se pone en el personaje de Tevye, un lechero pobre y con cinco hijas que
ve cómo la vida a su alrededor, las costumbres que ha defendido durante toda su
vida, van transfigurándose con la llegada de los nuevos tiempos. Tevye se toma
la vida con seriedad y al tiempo con una alegría contagiosa, copando con sus
problemas diarios mientras recurre a metáforas (el violinista en el tejado es,
de hecho, la gran metáfora de la vida diaria) y a la ayuda divina para
solventarlos. Y, claro está, cantando siempre.
Así,
es Tevye quien convierte esta obra en algo increíble. La interpretación corre a
cargo de Chaim Topol (o, más comúnmente, Topol sin más), que se ha pasado buena
parte de su vida interpretando a este mismo personaje a lo largo de las
adaptaciones del musical que se han sucedido desde los sesenta (de hecho, hasta
hace pocos años no ha alcanzado la edad que se supone había de tener el
personaje que empezó a interpretar con menos de 30 años), y que si no llega a
ser por Gene Hackman, ahora tendría un más que merecido premio de la Academia
en su estantería.
El
resto del reparto cumplen, pero quedan siempre a la sombra de Topol. Norma
Crane está excelente, y lo mismo se puede decir de Paul Mann, mientras que los
demás se limitan a realizar su papel con méritos suficientes en una trama
desarrollada en base a las canciones que todos interpretan.
Porque
claro, la trama se vierte a través de las canciones y, como en cualquier
musical, habrá de todo: alguna de temática más cómica (“If I Were A Rich Man”,
que supone el punto álgido de la cinta, para mí al menos), otras más amorosas
(“Do You Love Me”), las que presentan los temas centrales de la cinta
(“Tradition”)... Hay, a pesar de todo, una buena cantidad de diálogo, que es la
que sirve para encauzar los cambios que están teniendo lugar en esa sociedad, y
contemplar el retrato que se hace de ella.
Así,
el apartado sonoro es una maravilla indiscutible, perfecto en todo momento. Si
las canciones no bastaran, las melodías que el violinista cuela (sobre todo al
principio y al final) ponen la guinda al pastel con maestría y sutileza. El
apartado visual, sin ser malo y con buenos cambios de tonalidad en cada corte
de la cinta, queda un tanto subyugado por ese sonido y esas actuaciones
soberbias.
Cabe
destacar, además, la complejidad de la cinta, no solo por lo bien que retrata
históricamente a la comunidad, sino por cómo realiza cambios completos de
registro en apenas unos minutos. La mayor parte de la cinta se vierte en la
comedia, especialmente llevada por Topol, aunque a medida que se acerca el
final y se ve el conflicto de la nueva sociedad, todo va tomando un tinte más
trágico, empiezan a predominar los tonos fríos y el drama señorea la película,
sin dejar por ello de tener un mensaje optimista.
Por
último, no se puede sino hacer mención al enorme simbolismo que subyace, por
una parte, al violinista, al que presenta el propio Topol (el único que parece
puede verle, tanto en ese fabuloso discurso inicial que realiza como al final
de la película), y la propia imagen, con juegos y cambios de plano en las
canciones de los protagonistas que apoyan con fuerza las letras y las
relaciones entre los personajes.
Una
auténtica delicia, que ha envejecido sin despeinarse demasiado.
Allez-y,
mes ami!
Buenos días, y buena suerte.
---------------------------------------------------------------------------------
LO
MEJOR: sin duda, lo mejor es Topol. Las canciones también son geniales, así
como el simbolismo, la ambientación y el buen retrato que se hace de la
historia.
LO
PEOR: quizás es excesivamente larga, aunque no se haga para nada pesada, y hay
algunas canciones más flojas en comparación con los temas centrales.
NOTA:
8,75/10. Si te gustan los musicales, o el cine histórico, te gustará. Si no...
Pues no puedo sino decir que tú te lo pierdes.
---------------------------------------------------------------------------------
En lugar del tráiler, y dado que ya he dado pinceladas sobre de qué va la cinta, he preferido incluir la escena en que Topol canta "If I Were a Rich Man". No destripa nada y es la mejor emisaria de lo que ofrece la cinta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario