viernes, 7 de marzo de 2014

El Padrino. Parte III (1990)


"Cada vez que enfermo me hago más sabio, cuando muera seré un genio"


Adoro a Francis Ford Coppola. Es un hecho. Todo quisqui amante del buen cine debería. El Padrino y El Padrino: Parte II son dos de las películas más grandes que se han hecho jamás. Apocalypse Now es el éxtasis de la guerra en estado puro. Drácula de Bram Stoker, una obra maestra de su género. Y luego también tenemos la excelente Cotton Club y diversos proyectos cinematográficos ochenteros que cayeron en saco roto, como Peggy Sue Got Married, One from the Heart o The Outsiders. Estos proyectos, en sí no malas películas, sí que le hicieron perder cuantiosas sumas de dinero, que le dejaron prácticamente en la ruina y en una precaria y delicada situación. Quién lo iba a decir: ¡Coppola! El hombre que en los 70 era considerado un Dios del séptimo arte, se arrastraba ahora por Hollywood, mendigando en busca de financiación y, lo más importante: credibilidad.

En esas, alguien le dijo que lo que tenía que hacer para cuadrar sus cuentas era sencillo, aunque nada fácil: concluir la trilogía más grande de la historia del cine. El Padrino I y II habían sido creadas de forma magistral, con todo tipo de elementos y de enormes actores y actrices a disposición de Coppola, dejando el listón tan, tan alto... habían pasado ya 15 años. 15 largos años. Y las cuentas no cuadraban. El dinero escaseaba. Era su último tren. Y lo cogió. ¿Para bien, para mal? Todos los fanáticos de la saga están terriblemente divididos acerca del legado de El Padrino. Parte III, y servidor, que se ha visto esta semana (y con un disfrute indescriptible) la trilogía completa, cree que es el momento adecuado para evaluar una de las películas más contradictorias de la Historia de la forma más objetiva posible. Sobra decir que estáis invitados al debate. Comenzamos.


La historia de El Padrino III se desarrolla 20 años después de los acontecimientos acaecidos en la segunda parte. Michael Corleone (Al Pacino) ha buscado labrarse una fama que lo aleje de su imagen de mafioso sin escrúpulos y sin ningún tipo de remordimiento, entre otras cosas, con la creación de organizaciones benéficas de dudosa legalidad y diversos acercamientos a la Santa Sede para limpiar su imagen. Mientras, de paso, trata de restablecer las relaciones con sus hijos, ahora bajo la tutela de su exmujer Kay Adams (Diane Keaton). Anthony (Franc D'Ambrosio), su primogénito, le aborrece y le pide dejar la abogacía para dedicarse a la música, su gran pasión. Por el contrario, Mary (Sofia Coppola) tiene más afecto hacia su padre y trata de buscar un acercamiento. El problema secundario en todo esto es que Michael, diabético y ya anciano, quiere abandonar definitivamente los asuntos de la familia y purificar, de alguna forma, sus pecados, propiciando la entrada en escena del hijo bastardo de su hermano Sonny, Vincent (Andy García), quien irá ganándose poco a poco el favor del Padrino y, de paso, teniendo un romance con Mary que traerá más de un quebradero de cabeza.


Pero no todo son asuntos de familia. Osvaldo Altobello (Eli Wallach) o Joey Zasa (Joe Mantegna) pondrán en serios apuros a Michael en el plano mafioso, y la misma Iglesia Católica, con personajes fríos y calculadores como el despiadado Licio Lucchesi o el cardenal Lamberto cumplen con su cometido en una trama que explica (de forma hipotética), incluso, la tan misteriosa y polémica muerte del Papa Juan Pablo I. Todo ello aderezado con la magistral dirección a la que Coppola nos tiene acostumbrados, aunque, eso sí... no tan épica, no tan espectacular, no con ese grado de virtuosismo que alcanzó en sus predecesoras. ¿Por qué?

La respuesta a esto nos la da el propio Coppola y, de paso, también intentaré darla yo: El Padrino. Parte III no fue rodada de la forma en la que le hubiese gustado a Francis por muchas razones. Las limitaciones económicas y el mal fario propiciaron una serie de desastres que implicaron que una película que pudo haber sido obra maestra se quedase en peliculón. Es muy probable que Coppola nunca hubiese querido crear esta película (pues, en sus propias palabras, toda la épica y la acción estaban perfectamente condensadas en las dos primeras cintas, de forma que el trabajo estaba bordado), pero su maltrecha economía acabó obligándole. ¿Y qué se hace con tan pocos recursos y toda la magia utilizada? Coppola y Mario Puzzo (escritor de la aclamada novela original y guionista y ganador del Oscar junto al propio Coppola en las dos primeras pelis) buscaron una fórmula que fuese capaz de aunar unos pequeños toques de acción unidos a una reflexión y descenso particular a los infiernos. En resumen: Michael debía pagar por sus pecados.


Y los pagó de sobra, el pobre, pero esa es otra historia. Aquí lo que se evalúa es si Coppola, visto lo visto, hizo un buen trabajo en este aspecto. Ya te contesto yo: sí y mil veces sí. De hecho, para ser, como bien la define el propio Coppola, una "coda" (la sección musical al final de un movimiento, a modo de epílogo), El Padrino III es una obra maestra de su género. Alejada, sin duda, de la espectacularidad de sus predecesoras y concebida como un epílogo altamente necesario, resulta fascinante acompañar, por última vez, a un anciano y achacoso Michael Corleone, en busca de una redención final que le permita vivir en paz, tratando de olvidar sus tortuosos pensamientos y sus monstruosos actos (como el asesinato de su hermano Fredo) y pasar sus últimos días junto a su familia, por quienes (como él mismo repite una y otra vez) haría cualquier cosa. Y esto, aderezado con una trama mafiosa de tintes menos magistrales, pero sí muy espectaculares y convincentes, resulta ser un maravilloso espectáculo que, honestamente, creo que merece una reivindicación formal en el panteón del cine de todos los tiempos.

Y es que la idea de entremezclar el asesinato de Juan Pablo I y el escándalo del Banco Vaticano de la época con la trama de la película es un acierto sin discusión. Es magnífico ver a los miembros de la Santa Sede corrompidos, mentirosos y carentes de todo escrúpulo por el afán de lucro que tanto denuncian. No es algo tan superlativo como las brillantes guerras mafiosas de las dos anteriores películas, pero da el pego, y de qué manera. 

El desarrollo, por su parte, es más lento y aletargado que en sus predecesoras debido a esa condición de epílogo que la distingue de las mismas. Aún así, sigue siendo sobresaliente. Se nota que Coppola está a gusto, en su salsa, y alcanza cotas gloriosas de buen hacer con unos cuidados diálogos y diversos momentos de la cinta (mención especial al clímax final) que ponen, sencillamente, los pelos como escarpias, dando como resultado un fastuoso ejercicio de adaptación a la falta de recursos inicial que Coppola resuelve como sólo él sabe: con estilo.

Como veis, hasta ahora todos son halagos a la peli. Pero todo tiene un final, amigos míos, y ese final llega de la mano de la primera aparición de Sofia Coppola en la pantalla del televisor. Calma, tranquilidad. Estoy intentando ser objetivo con esto y tengo que seguir siéndolo, así que vayamos por partes. El papel de Mary estaba destinado, en principio, a Winona Ryder, actriz con un talento muy desperdiciado y a la que sólo Coppola, posteriormente, supo sacarle partido (Drácula de Bram Stoker). ¡Imaginaos! El papel de Mary interpretado con Ryder bajo la dirección de Coppola... es muy probable que la crítica no se le hubiese echado tan encima. Pero el destino es caprichoso y a veces tiene muy mala leche.


Resulta que a Ryder le dio uno de sus jamacucos habituales antes del rodaje y tuvo que abandonarlo de forma repentina, dejando a Francis, literalmente, con el culo al aire. "¿Y ahora qué hago? Me ha jodido todo el plan", pensaría el hombre, poseído por un ataque de nervios. En esas que llegó su pródiga hijita y le dijo: "¡Papá, dame ese papel y verás de lo que soy capaz!". Y Francis, como buen padre (no lo soy pero le entiendo perfectamente), atado de pies y manos, le dio el papel a su pequeña. El resultado, como todo el mundo sabe, fue un desastre de proporciones épicas. La crítica vociferó y acusó a Coppola de nepotismo, y Sofia tuvo el "honor" de llevarse dos Razzies por "Peor nueva estrella" y "Peor actriz secundaria".

Y ahora os preguntaréis, ¿qué pienso yo? Pues que la crítica, aunque cruel, dura y muy cabrona a veces, buscando hacer daño a Francis por medio de su propia hija, tenía más razón que un santo. La interpretación de Sofia Coppola es condenadamente mala, insípida, fría y carente de emoción. No hay palabras en el mundo que definan lo mal que me sentí cuando la vi por primera vez en pantalla. Y entre tú y yo, en una película del montón pasaría medianamente desapercibida, en una de serie B podría incluso destacar, pero en una que lleva "El Padrino" en el título... apaga y vámonos. En fin, que casi todos los defectos de la película podrían resumirse en su persona, pero seamos justos: de no ser por este papel, Sofia nunca habría cejado en su empeño por convertirse en una gran actriz, para disgusto de su padre. En lugar de eso, reflexionó, se dio cuenta de que no valía para la actuación y se puso a trabajar detrás de las cámaras. Luego llegó Last in Translation y todos cayeron rendidos a sus pies. Al final, pues, la historia tuvo final feliz.

Continuando con los defectos de la peli, dejamos tranquila a Sofia Coppola y nos metemos con el insulso personaje de Andrew Hagen (John Savage), el hijo del "difunto por falta de acuerdo" Tom Hagen. Sí, amigos, Robert Duvall estuvo predispuesto a participar en la nueva cinta de los Corleone, pero unos flecos económicos echaron la operación al traste. Malditas limitaciones.

En su lugar, Coppola y Puzzo se sacaron de la manga al joven Andrew, un muchacho que, salvo para decir hola, adiós y gracias, se presenta a modo de homenaje del mítico personaje al que Duvall dio vida en El Padrino I y II y que podría haber dado mucho, pero que mucho más de sí, ya que su entrada en la Santa Sede como sacerdote podría haberle hecho ganar enteros y haberle abierto a Coppola un mundo de posibilidades. Pero no, Hagen está muerto, pertenece al pasado y es mejor dejar pasar la oportunidad de dar protagonismo a su vástago, tuvieron que pensar. Una pena.


Entramos ahora en el apartado actoral, una de las grandes bondades de la peli (a excepción, reitero, de Sofia Coppola) que no puede pasarse por alto. Empiezo con dos grandes, Diane Keaton y Talia Shire, que siguen interpretando sus roles a la perfección como exmujer y hermana de Michael respectivamente. Con menos protagonismo y maestría pero sin perder un ápice de carisma, siguen dejando el listón muy alto. Pasando a las novedades, es más que justo destacar a los geniales Joe Mantegna y Eli Wallach, que se tienen el papel de hijo de puta (cada uno a su manera) muy bien aprendido, y que representan a dos villanos muy bien caracterizados y capaces, dotando a la cinta de su justa medida épica.

Pero si había alguien en quien todo quisqui tenía puesta las miradas, ese era, sin duda, Andy García, con la papeleta de enfrentarse a uno de los papeles más importantes de su vida: el de Vincent Corleone, el arrogante sobrino de Michael y su próximo sucesor. Y aunque no alcanza las cotas de genialidad que el gran James Caan imprimió interpretando a su "padre" Sonny en El Padrino, Andy realiza un papel muy solvente y notable, imprimiendo a su personaje la personalidad justa para dotarlo de mala ostia, un ápice de buen corazón (especialmente con su prima) y una buena ración de sangre fría. No es un papel de Oscar, pero sí de nominación, y muy probablemente el mejor de toda la carrera de García, lo que vuelve a demostrar el gran hacer de Coppola a la hora de sacar el máximo partido a sus actores/actrices.

Y luego está uno al que hay que dar de comer aparte. Al Pacino, que se enfrentaba a un rol completamente distinto al de su personaje en las anteriores entregas, vuelve a estar de matrícula. Sencillamente. Algunos planos y expresiones de este monstruo durante la película constatan una realidad inequívoca: Al Pacino es al cine lo que Michael Jordan al baloncesto o Miguel Ángel a la escultura. La penúltima escena (la de la escalera de la ópera, ya mítica) es algo a lo que sólo unos pocos pueden aspirar. A sus pies, maestro.


Pasamos ahora al apartado sonoro, con un especial interés en la banda sonora, compuesta y arreglada por el padre Coppola, Carmine, que hace notar su buen hacer (era director de orquesta) a la hora de tejer un conjunto muy bueno y convincente, aunque eso sí... ni punto de comparación con Nino Rota (este es otro que come aparte). La ausencia de Rota se palía, eso sí, de forma maravillosa, gracias a la incursión de la música de la Cavalleria Rusticana, la ópera más famosa del compositor italiano Pietro Mascagni, y que hace dotar a los últimos compases de la película de una fuerza inigualable y majestuosa. Unos excelentes efectos y un fantástico doblaje al castellano, con voces de primer nivel como Joaquín Gómez, Ricardo Solans o Manolo García ponen la guinda a una parcela muy cuidada.

La fotografía, por su parte, sigue contando con el impoluto trabajo del maestro Gordon Willis, con tomas y escenarios muy cuidados (a destacar la campiña siciliana y la genial puesta en escena de Nueva York en 1979) y ricos en detalle. La ambientación y el vestuario, como no podría ser de otra forma, siguen siendo excelentes y no han perdido ni un ápice de la maestría de sus predecesoras.

Así pues, si has llegado hasta aquí y has leído con detenimiento la que es, muy probablemente, la crítica más larga y monumental del blog, sólo puedo decir dos cosas: enhorabuena y gracias por tu paciencia. Pero siendo serios, esta reseña no solo ha sido producto de mi curiosidad insana por las películas denigradas de las grandes sagas, sino también un ejercicio reivindicativo para con una de las mejores películas de los 90. Tal cual. Nunca, jamás podrá competir con sus hermanas mayores, pero al César lo que es del César: la dirección es brutal, las actuaciones (con sus excepciones, no me quiero repetir) son brutales, la trama es genial y conserva, dentro de su personalidad conclusiva y aletargada, la influencia de dos de las mejores películas de la historia del celuloide. No es perfecta, no es una obra maestra, pero es una gran, gran, grandísima película, de obligado visionado para todo amante de la saga "El Padrino" y todo aquel con buen gusto a la hora de saber distinguir cine de calidad.

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LO MEJOR: prácticamente todo: fotografía, música, personajes, trama que engancha, Al Pacino interpretando a Michael... y ese glorioso final. ¿Qué más se puede pedir?

LO PEOR: Sofia Coppola, toda ella. El personaje de Andrew Hagen podría estar mucho mejor aprovechado. Y la sencilla existencia de El Padrino y El Padrino II.


NOTA: 8,75/10. Broche de oro soberbio, que no perfecto, a una trilogía mítica e irrepetible. 

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2 comentarios:

  1. En general, estoy bastante de acuerdo con todo, salvo con el 9 (no creo que merezca tanto la cinta... Me parece de notable, pero no de sobresaliente, como sus hermanas), como ya te dije ayer, y con alguna de las opiniones actorales que sueltas. En primer lugar, porque creo que Andy García ha hecho papelones que no tienen mucho que envidiar al de Vincent (ya sea en "Smokin' Aces", en la trilogía de Ocean's, o sobre todo en "Los intocables de Elliot Ness"), aunque este me guste más. Y por otra parte, decir que Coppola es el único que supo sacarle partido a Winona Ryder es lo que más demencial me parece... Tim Burton siempre ha sabido sacarle mucho más jugo (ahí tienes "Bitelchús", o la maravillosa interpretación que hace en "Eduardo Manostijeras"), por no hablar del "Inocencia interrumpida" de James Mangold.

    Detalles esos aparte, bastante de acuerdo en general. Una película muy injustamente denostada por la comparación con sus hermanas mayores, pero que sigue siendo soberbia.

    Brutal crítica a la coda, caribú.

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  2. Sí que es cierto que puede que me haya pasado, pero como crítico uno se tiene que mojar y, personalmente, no fui capaz de ponerle menos a esta gran película. Me alegra que te haya gustado. Y sí que es cierto que me he colado un poco en lo de Winona Ryder, pero imagínate que hubiese llegado a ser Mary... cómo habría cambiado la cosa. A Andy lo he visto en "Los Intocables" y está genial, pero personalmente creo que aquí alcanzó su culmen.

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