martes, 25 de marzo de 2014

Ernest y Célestine (2012)


-"Un oso y un ratón no combinan bien.  No es…
-¿Qué? ¿No es correcto? ¿No se hace? Los osos arriba y los ratones abajo, ¿eso es?"



Verdad verdadera y universal es que este año los Oscar en categoría animada han tenido una calidad altísima, sólo comparable a la que se vio en 2001, año en el que Ice Age, El viaje de Chihiro, Lilo y Stich o Spirit: el corcel indomable se pegaron por una estatuilla que al final se llevó la cinta de Miyazaki. Y verdad verdadera y universal es que el cine francés, mal me pese, cada vez me gusta más. Si bien a Amèlie no la tengo entre mis preferentes y me llevé una grata sorpresa con Largo domingo de noviazgo (aunque Spartan George no está del todo de acuerdo), nunca pensé que una película de animación de nuestros vecinos norteños fuese a llenarme tanto, a hacerse tan grata y tan fantástica para mí.

La recomendación de un buen amigo (lo encontraréis escribiendo fantásticas reseñas de cómics en Superman lee a Poe. Se llama Panmios o algo así) me llevó a su visionado y a un estado de felicidad extraño, cuanto menos. Porque Ernest y Célestine (que este año ha sido nominada en su categoría por el premio y que ya había cosechado grandes éxitos en los César de 2013) no ambiciona, no impresiona, no busca crear ningún tipo de vínculo o sentimiento especial entre película y espectador, pero lo cierto es que lo consigue con creces. Llámalo magia, exquisitez o encantadora sencillez, pero lo consigue.



Así que... ¿qué historia se trae entre manos la cinta? Basada en el libro homónimo de Gabrielle Vincent, es, cuanto menos, es curiosa: Célestine es una ratoncita huérfana que se ha criado toda su vida en su ciudad bajo las alcantarillas y a la que su sociedad presiona para convertirse en lo que todo buen ratón aspira: dentista. Ernest, por su parte, es un oso que vive (o que más bien malvive) en la superficie con sus congéneres, en una casa apartada, pobre y sin recursos, y todo por querer dedicarse a la música en vez de estudiar Derecho.

Ratones y osos, por otra parte, se odian a más no poder, y creen firmemente en que deben vivir separados debido a sus diferencias, algo en lo que Célestine discrepa profundamente. Y así, encomendada a la tarea de recoger dientes de oso para los suyos en el dentista, Célestine acabará conociendo a Ernest y, en contra de lo establecido, ambos entablarán un fuerte y hermoso vínculo por el que lucharán contra los prejuicios de sus sociedades y el orden establecido.

Así de primeras, lo más resaltable del argumento no es solo su originalidad, sino también su escondida y adulta profundidad. Ernest y Célestine son de mundos completamente diferentes, pero su amistad y su apoyo mutuo siempre estarán por encima de lo impuesto, luchando por defenderla a viento y marea. Y uno de los elementos contra el que tendrán que enfrentarse serán sus propios congéneres, cuya cerrazón y estupidez es una perfecta metáfora de muchas sociedades actuales.


También encontramos temas muy arraigados en nuestros días y dignos de mención: la pobreza de Ernest y la indeferencia de los suyos (incluida la policía, que lo ve como una amenaza cuando lo único que intenta es llevarse algo a la boca) o la hipocresía humana del negocio, encarnada en una familia de osos en la que el padre es vendedor de golosinas, de forma que una vez que a sus clientes se les estropeen los dientes, su mujer recoja felizmente las ganancias en su clínica dental de enfrente. 

O lo que es o mismo, un buen puñado de metáforas que muestran lo peor del ser humano y cómo dos personitas valientes, cuyo amor el uno por el otro es más importante que cualquier cosa, harán frente al sistema y buscarán la felicidad que los suyos quieren arrebatarles por el presunto "bien común".

Todo esto hace la película de obligado visionado para adultos y pequeños, y los personajes no hacen más que refrendar todo lo bueno: los protagonistas son puros, creíbles, simplemente geniales y únicos, y la unión de sus voluntades y sus enternecedoras personalidades y el fuerte vínculo que les unirá a lo largo de la película es de matrícula. ¡Y eso por no hablar de los diálogos, tremenda delicia! 

Los secundarios, por su parte, reflejan todos los vicios de las sociedades osezna y ratonil, respectivamente: la vieja Gris, una rata anciana que asusta a los niños con historias sobre el temible oso malvado, el jefe de la clínica dental de la alcantarilla, obsesionado con obtener los mejores dientes de oso, el matrimonio hipócrita ya mencionado o los policías cumplen un papel sencillo pero efectivo, que dota a la peli de los recursos suficientes para que a los 80 minutos de la cinta no les falte absolutamente nada, creando una redondez argumental muy lograda y con un final extraordinario y que no me cansaría de ver mil veces.


Pero lo que le da a Ernest y Célestine un toque propio y carismático es, sin duda, su apartado técnico. La técnica de animación con acuarelas logra crear un mundo fantástico y sin parangón, con un encanto diabólico y una exquisitez digna de mención. La música de Vincent Courtois, con un aire bohemio y cálido, es una delicia para los oídos y la fotografía, los ambientes... todo parece sacado del cuadro más bello que te puedas imaginar.

Por último, sé que no digo esto demasiado siendo un prodoblaje declarado, pero... recomiendo encarecidamente ver la peli en versión original (subtitulada o no), porque, las cosas como son: en castellano cumple, pero pierde su encanto, una parte de su chispa. Es algo curioso y que a la par demuestra que el trabajo de los actores de doblaje franceses (destacando a Pauline Brunner como Célestine) es una maravilla y se ha hecho con un mimo y una ternura magistrales, y otorgando a los personajes el toque necesario para despertar los más hermosos sentimientos.

De modo que, visto lo visto, los Oscar se han dejado en el tintero una genialidad silenciosa. Y es que Ernest y Célestine es un magnífico canto al amor, a la amistad, a la destrucción de los prejuicios y a la animación de calidad. Llena de hermosas lecciones, personajes únicos y con una técnica de dibujo sublime, es una fábula indescriptible y que, sin hacer mucho ruido, muestra que los mejores trabajos no necesitan de princesas, de reinos o del personaje cómico de turno. Y adoro Frozen, eh, no vayáis a pensar mal.

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LO MEJOR: exquisito apartado técnico, geniales protagonistas, original argumento y excelente música. Es una bella metáfora social y, como película, es redonda en todos los aspectos.

LO PEOR: evidentemente, si buscas algo "movidito" y emocionante, no es tu película. El doblaje en castellano está bien, pero para disfrutarla de verdad lo mejor es verla en su idioma original.


NOTA: 8,5/10. Una de las sorpresas más gratas que recuerdo. Memorable, tierna y especial de principio a fin.

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2 comentarios:

  1. No conocía esta película y me ha interesado mucho. Nuestros vecinos del norte ya tienen una dilatada experiencia en lo que se refiere a realizar cine de animación de calidad.

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  2. Animación francesa solo había visto hasta ahora "Kirikú y la bruja", una rareza muy interesante de Michel Ocelot. Y sí, desde luego que la tienen, porque mientras por aquí lo flipamos con "Las aventuras de Tadeo Jones", allí cosas como esta ven la luz cada cierto tiempo y apenas se las reconoce fuera de Francia. En este caso, bien por los Oscar por la nominación y por darla a conocer.

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